¿Qué es lo que más te apasiona en la vida?
El cine y la lectura porque en realidad, son formas de viajar. Penetrar otros mundos, confrontar enigmas nuevos, es de lo más excitante. Se expanden los horizontes y los alcances; se enriquecen la memoria y las emociones. Cada detalle, aroma y paisaje se convierte en aventuras estimulantes.
¿Te gusta viajar?
Es uno de los mayores placeres porque ofrece la oportunidad de redescubrir la vida. Los hallazgos engrandecen nuestra capacidad de sorpresa. Se elevan los niveles de alerta y se agudizan los sentidos. Uno aprende a escuchar nuevamente, a observarlo todo como niño.
¿Crees que tus viajes influyan en tus películas?
De hecho, pareciera que nuestros recuerdos de viaje transcurren en la memoria como películas en otros idiomas, como una sucesión de imágenes, historias y personajes sorprendentes. Si el cine se compone de historias y se entiende como un lenguaje para narrarlas no hay mejor ejercicio para agudizar la fluidez en dicho lenguaje que el rememorar o relatar viajes. Al fin, viajar intensifica y afina la capacidad de percibir y recordar historias.
¿Cuáles son tus destinos favoritos?
Estambul es un enigma apasionante, ofrece al viajero occidental una visión esplendorosa e intrigante del Islam. Australia es un paraíso luminoso. La gente radiante y apacible logra que se recupere la fe en la humanidad. Costa Rica es el antídoto ideal para la histeria colectiva imperante, la de la necesidad de retornar a la naturaleza. Venecia se lee como una historia de intriga y aventuras. Cada paseo por sus aguas, palacios y museos está lleno de posibilidades inesperadas. Palenque, bordeada por la exuberancia tropical y corrientes de agua fresca, es un paraíso misterioso, un acertijo sobre la grandeza de los antepasados.
¿Qué países te faltan por conocer?
Madagascar, Kenia, Fiji, Islandia, Nueva Zelanda.
¿Tienes alguna anécdota inolvidable de viaje?
A las afueras de Sarajevo, entre las ruinas humeantes de edificios, fui descu- bierto filmando a distancia, subrepticiamente, a unos combatientes musulmanes. Mientras inspeccionaban mi equipo y documentos, fui conducido a una casa. Vociferaban discutiendo entre sí, tomando turnos para interrogarme, y después se sentaron a la mesa a comer. Para mi sorpresa, también me sirvieron el mismo estofado que apenas alcanzaba y me obligaron a comer tras advertirme que negar su hospitalidad sería ofensivo. De la nada, de entre las ruinas vecinas fueron apareciendo unos niños. Todos les cedimos nuestros platos. De pronto habían más pequeños que soldados y el ambiente tenso se convirtió en una fiesta. Los viejos contaban aventuras de guerra para los niños fascinados que reían a carcajadas. Después me exigieron que los fotografiara. No querían que los filmara, sólo que me dejara fotografiar junto a ellos. Entrada la noche, me guiaron a través de un campo minado para encaminarme de regreso al centro de Sarajevo. En medio de la desolación, entre ruinas y autobuses en llamas, tras la limpieza étnica y la masacre más terribles de la historia reciente, encontrar compasión y risas entre esos combatientes veteranos, fue asombroso.
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