Cayendo en las manos de Boston

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Cayendo en las manos de Boston

Abriéndose como una gran mano, la vieja capital de Massachusetts nos envuelve con historia, recorridos en bote, deliciosa sopa y batazos que traspasan la cerca del parque. Solo hace falta llegar y dejarse abrazar de la manera en que ningún libro nos podría preparar.

Un vuelo de varias horas, en mi diccionario de viajero, significa solo una cosa: un libro, y, de preferencia, uno gordo; sobretodo ante la casi ineludible posi- bilidad de enfrentar una o dos escalas durante el trayecto. Para mí, los viajes comienzan un par de semanas antes de dirigirme al aeropuerto. Casi siempre comienza con un libro, mismo que suele acompañarme a bordo. Pocas eran mis referencias literarias en torno a Boston.

Conocía la novela La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, sabía que la dramá- tica historia se situaba en la Nueva Inglaterra de los colonizadores. Sabía también de El club de Dante, obra de Matthew Pearl, acerca de una serie de crímenes en un Massachusetts ficticio. Ambos, sin duda, serían buenos antecedentes ima- ginarios ante mi primera visita a la vieja Boston. Sin embargo, me decanté por una tercera opción. Dos factores fueron decisivos: la reseña de la contraportada “un texto que narra la dramática caída de una mujer en manos de la locura”; y el número de páginas, 288. Nunca he negado mi gusto por las novelas rosas. Hay algo en los aeropuertos y aviones que me anima a elegir este desdeñado género literario. Con The Bell Jar, de Sylvia Path, bajo en la pequeña maleta, localicé mi asiento y me dispuse, ahora sí, a viajar a Boston.

Los bostonianos caminan a todos lados

O al menos eso se afirma en la guía que compré durante la primera escala que hice. Efectivamente, la duración de la travesía aérea y el tipo especial de aburrimiento que solo se puede sentir en las salas de espera, hizo que recluyera el libro de Plath en el bolso. Mi propia caída en manos de la locura no deseaba ser compartida. Pero los bostonianos caminan a todos lados. Hecho que estaba ya ansioso por comprobar.

Historia a distancias caminables

Boston, capital del estado de Massachusetts, es una de las ciudades más viejas de Estados Unidos, y esto se ve al caminar entre edificios. Si se puede, recomiendo hospedarse en Beacon Hill o North End. Ambas zonas son pedestrian-friendly, es decir, acondicionadas para los visitantes bípedos. A cada doblez de calle podrás encontrar imágenes dignas de fotografiarse o, en su defecto, de un selfie.

Uno de los principales atractivos de los turistas es The Freedom Trail, un recorrido que, a lo largo de 2.5 millas (disculpen, las conversiones no son lo mío) a conocer 16 sitios históricos imprescindibles para entender el pasado de esta ciudad. Los guías, ataviados al más puro estilo puritano de La letra escarlata, conducen a los participantes por varios siglos de historia.

Otros puntos muy populares son el Museum of Fine Arts y el Institute of Contemporary Art, sedes las dos de las mejores exposiciones de arte ame- ricano. Para los que prefieran el aire libre, no hay nada mejor que sentarse a ver el Río Charles pasar, visitar las animadas callejuelas de Harvard Square o alimentar a las sobrealimentadas palomas del Public Garden. Todo, como dijimos, a distancia caminables.

Si se tiene suerte, la estancia coincidirá con un juego de los Red Sox como local, entonces será imperativo visitar el Fenway Park, y presenciar una de las manifestaciones más iluminadoras de la cultura popular estadounidense: el base ball.

Hay dos cosas que saltarán a la vista, incluso para el viajero menos avispado. La primera es que, estando rodeada por cuerpos de agua, Boston tiene una de las gastronomías ultramarinas más reconocidas del país. La segunda, esta es una ciudad de muchas tradiciones. Estos dos factores se conjugan en un solo platillo: la llamada New England clam chowder. Una sustanciosa variante de esta deliciosa sopa. Búscala, muchos restaurantes se jactan de pre- parar la mejor. No hay por qué resistirse. El cuerpo mismo, al sentir el viento frío de la tarde, pedirá el cálido sabor del tocino ahumado.

Para los bibliófilos como yo, hay varios tours temáticos donde se visitan lugares importantes para la literatura local; uno de ellos la casa de Sylvia Plath. La imagen de su libro, ahora enterrado en el fondo de la maleta, trajo consigo un dejo de culpa. Mismo que se esfumó al entrar a la primera tienda de libros usados.

Para los viajeros sin noción de las cuentas bancarias, Boston ofrece un amplio abanico de lugares para en- tregarse al shopping, desde outlets hasta boutiques high-end. Solo hace falta preguntar.

Al final, tras varias millas recorridas, un par de platos humeantes de sopa, dos libros viejos pero valiosos, y unos recuerdos que ningún libro podría habernos obsequiado, vamos a dormir en, arropados por sus dedos de la ciudad, como si hubiésemos caído en las manos de Boston.

sebastianmaceri

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