Existen únicamente 200 exploradores certificados en todo el mundo por la Sociedad National Geographic; uno de ellos es mexicano: Guillermo de Anda, reconocido por esta institución por su trabajo como arqueólogo subacuático en la Península de Yucatán. Conoce un poco de sus descubrimientos y de su apasionante proyecto de vida.
¿Cómo descubriste tu pasión por el buceo y la arqueología?
Desde muy pequeño; en el sueño más antiguo que recuerdo se inundaba mi casa y buceaba en los cuartos. Conforme fui creciendo, viendo películas, leyendo libros como “Veinte mil leguas de Viaje Submarino” y observando los descubrimientos de Jaques Costeau, fue creciendo una pasión en mí. También a los 8 años un tío me llevó a lo que era el equivalente al actual Museo del Templo Mayor, en esa época el templo principal estaba aun bajo tierra y había muchos cráneos dentro del museo. Recuerdo que me impactó mucho. Por un lado me dio miedo y por el otro despertó en mí una fascinación.
¿Cuándo buceaste por primera vez?
Era muy joven, tenía 13 años y fue un buceo clandestino; ya tenía metida la idea. Un amigo mío que era mayor, tenía 16 años, ya buceaba y tenía su equipo. Fue en Acapulco; decidí meterme al agua así, sin más. Después, cuando aprendí lo que era el buceo y cómo debía practicarse, me di cuenta de los riesgos. Afortunadamente salí bien librado y me fue tan bien que me fascinó la experiencia de estar bajo el agua, bucear y ver los peces.
¿Cuál fue tu primer descubrimiento?
A los 18 años tomé un curso de buceo avanzado y salimos a una práctica en el estado de Morelos, una vez mas fuimos un poco en contra de las reglas, ya que mi hermano Enrique y yo nos separamos del grupo y un amigo nos llevó a una cueva inundada y por primera vez tuve la sensación de lo que era el buceo en cuevas. Cuando descubrí esto me enloqueció y muy pronto me fui a Quintana Roo, donde tuve la oportunidad de bucear en un cenote al sur de Tulum. En este cenote encontramos un cráneo; de alguna manera ya estaba con la tendencia de estudiar arqueología y al ver el cráneo fue algo fenomenal. Me dio mucha curiosidad y me empecé a cuestionar mucho: ¿por qué está aquí este cráneo, cómo llegó aquí este individuo…? Ahí descubrí a lo que quería dedicarme.
¿Cómo te empezaste a involucrar con la Cultura Maya?
Estaba estudiando en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en donde existía un grupo de buceo arqueológico. Dentro de los tópicos que comentábamos en clase salía reiterativamente el tema del Cenote Sagrado de Chichen Itzá, y decidí que lo que mas me atraía era la Cultura maya, y ahí surgió la idea de hacer carrera en arqueología pero dentro de la rama de la Cultura Maya, específicamente en cuevas y cenotes, un campo al que los arqueólogos no les interesaba. Sí se pensaba que eran sitios importantes, interesantes y enigmáticos, pero no los tomaban formalmente como objeto de estudio. De hecho todo el interés recaía en el Cenote Sagrado de Chichen Itzá, explorado por Edward Thompson a principios del siglo XX. Este lugar es único porque contiene una de las ofrendas más ricas en toda el área maya, pero no se pensaba que hubiera tantos cenotes con información tan relevante.
Existen miles de cenotes en la Península de Yucatán. ¿Qué técnica has usado para saber, entre tantos, en cuáles había ofrendas mayas?
Nosotros tratamos de hacer trabajo científico. Usamos una metodología sistemática tratando de buscar respuestas a preguntas específicas. Lo que nosotros hicimos desde un principio fue estudiar toda la literatura que había al respecto, todo lo que iconográficamente podíamos aprender en relación a los cenotes: sitios arqueológicos, códices o documentos históricos del siglo XVI que nos dieron la clave para entenderlos mejor. En base a esto nos formulamos preguntas: ¿cómo eran los rituales, en cuáles se hacía ofrendas? Empezamos a buscar respuestas y guiamos nuestra investigación a buscar zonas que eran descritas o mencionadas en las crónicas históricas.
¿Nos puedes platicar del hallazgo en el cenote Hoyo Negro? El descubrimiento que llaman Naia.
Es un hallazgo muy importante. Hace 25 años comenzamos a entender que estábamos en una zona increíble para la investigación científica arqueológica porque observamos vestigios del ser humano dentro de los cenotes (que ahora están inundados), los cuales nos daban indicios de que en la época en la que el hombre estuvo ahí, estaban secos. Notamos que eso tuvo que ver con el cambio climático durante las eras geológicas, a través de las cuales las grandes cantidades de hielo se derritieron y elevaron el nivel del mar 70 metros, con lo que las cuevas que existían se inundaron y se convirtieron en cenotes; tengo que aclarar que éstos no son de agua salada, sino de agua dulce. Así es como los restos que pudieron existir ahí, como el cráneo de este individuo, joven y del sexo femenino que nombraron Naia, quedaron ahí inundados. El agua, contrario a lo que pudiera pensarse, y con ausencia total de luz, es un gran preservador del material arqueológico y huesos.
¿Por qué el agua preserva los huesos y material arqueológico en los cenotes?
El agua en el fondo de los cenotes, y por la ausencia de luz, es un medio anaeróbico, no hay enemigos externos como los gusanos barrenadores. Es un medio muy homogéneo y estable en el que el material entra en un equilibrio mineral y se mantiene. Es increíble que de los restos de esta mujer joven se extrajera incluso ADN de uno de los molares y así es como se pudo saber que procede aparentemente de Siberia, al igual que todos los primeros pobladores de América.
¿Qué otros hallazgos encontraron en el cenote Hoyo Negro u otros cenotes?
En el mismo cenote se descubrió fauna extinta, por lo menos 26 especies como osos, tigres, pumas e incluso un pariente del mamut que se llama gonfoterio. Algunas de estas especies tienen entre 9 y 12 mil años de haberse extinguido. Un poco antes del descubrimiento de Hoyo Negro, hace alrededor de 8 años, haciendo nuestro levantamiento y estudio de un cenote, encontramos cinco cráneos de osos perfectamente conservados. Nunca se habían reportado osos en esta zona. De acuerdo a colegas como el geólogo Mark Brenner, estos osos tienen por lo menos 14 mil años. Esto nos empieza a dar una idea de lo que sucedía en la península de Yucatán en esa época.
Cuando encuentran un objeto, hueso o cráneo en un cenote, ¿lo extraen?
No, nuestra investigación está muy definida en el sentido de que es más importante documentar y registrar. Seguimos mucho los lineamientos de UNESCO que privilegian la preservación de los materiales in situ. Gracias a esto y a mi colaboración con NatGeo, hemos logrado desarrollar instrumentos muy novedosos para documentar sin alterarlos. Por ejemplo, Corey Jaskolski, un buen amigo y uno de los genios de la ingeniería de NatGeo, ha desarrollado un escáner subacuático de tercera dimensión. Los cráneos y otros objetos se colocan en este escáner que registra todos los datos para reproducir el cráneo en papel, plástico resina o en cualquier material. Nosotros estamos necios en el sentido de que hay que perturbar lo menos posible los contextos y tratar de dejar en su sitio la mayoría de los hallazgos. Registrar ahí mismo sin afectarlos es maravilloso, nos facilita mucho el trabajo y tienes una reproducción o las que quieras en el laboratorio para analizar ese cráneo, hueso o vasija.
¿Cómo evitar que el turismo perjudique a los cenotes?
Lo que es muy importante es la educación. Tenemos que educar sobre todo al turismo nacional porque debemos proteger nuestras cosas. El turismo en la Península de Yucatán tiene un potencial bárbaro pero debemos cuidarlo porque muchos de los turistas pueden afectar, con o sin intención, el contexto. Hay que tener muy claro dónde pueden participar los turistas y cuáles cenotes deben conservarse exclusivamente para la investigación científica. En los lugares donde los turistas tengan que convivir con vestigios arqueológicos deberían tener guías especializados para que los visitantes disfruten más, entiendan más y por otro lado se proteja a los sitios.
¿Sigues dando un taller de arqueología subacuática en la Universidad de Yucatán?
Hace un año se canceló ese programa; es una lástima, estamos hablando de que la educación es la solución para los grandes problemas de nuestro país y este programa se cancela. Afortunadamente, en nuestro país existen personas muy inteligentes y conscientes, y estamos empezando una colaboración que tendrá auspicio en la UNAM, que liderará, junto a algunas otras instituciones de enseñanza superior, un proyecto de investigación interinstitucional del que ya entablamos pláticas muy formales; pronto lo daremos a conocer. Nuestro principal objeto de estudio es la Península de Yucatán y se darán cursos, talleres y diplomados itinerantes.
Hace poco National Geographic te otorgó el reconocimiento como Explorer. ¿Qué expectativas o planes tienes para tu investigación? ¿Cómo visualizas tus proyectos en 5 años?
El reconocimiento me lo dieron en 2012 y desde entonces ha cambiado mi vida. Por un lado cerraron el taller de arqueología que dirigía desde hace 14 años, pero por otro ahora tenemos una visibilidad a nivel mundial. NatGeo tiene una manera de difundir la ciencia única en el mundo. Nos han apoyado con equipo como los escáneres subacuáticos. Hace unos días regresé de Washington de una reunión. Corey Jascolski, que es uno de los genios de Nat, vendrá a trabajar con nosotros y nos traerá un escáner mejorado. A 5 años me visualizo con una tecnología única para documentar cenotes. Visualizo también que gracias a nuestro trabajo de concientización, se puedan proteger los cenotes y visualizo más generaciones de investigadores después de que alguna institución de enseñanza superior haya tenido la sensibilidad suficiente y haya creado la carrera de arqueología subacuática. Necesitamos más investigadores porque este contexto vale mucho, es irrepetible: por un lado está la Cultura Maya y su maravillosa interacción con los cenotes, y también la arqueología de la prehistoria cuyas evidencias descansan en la lejanía de muchos sistemas de cuevas inundadas. Por si esto fuera poco, tenemos también un acuífero maravilloso y enorme. Probablemente el acuífero con la mayor reserva de agua dulce del mundo, por eso hay que entenderlo, protegerlo y cuidarlo.
¿Nos puedes platicar un poco sobre tus hallazgos de la Cultura Maya?
Hace 20 años yo ya exploraba cenotes, y conocí al doctor George Stuart, director de Ciencia e Investigación de NatGeo, un gran mayista, quien me dijo: “esta investigación va a traer grandes cambios y descubrimientos en torno a la idea de los rituales hacia el inframundo que llevaba a cabo la Cultura Maya”. Tenemos muchos materiales arqueológicos que no se encuentran afuera en la superficie porque se deterioran tales como: huellas, indicios de sacrificios, rituales funerarios y depósitos de huesos de ancestros venerados, por mencionar sólo algunos. Hemos visto también modificaciones de las cuevas, ya que se transformaban para llevar a cabo algún tipo de ceremonia ritual. Algo muy interesante que llevamos investigando cuatro años es que algunos cenotes eran observadores astronómicos. En el cenote Holtún la entrada del sol es muy particular en determinadas fechas astronómicas, como el paso cenital del sol que ocurre únicamente dos veces al año. En estas fechas el sol entra de manera especial y nos da indicio de los grandes avances astronómicos de los mayas que usaban los cenotes como observatorios para calibrar su calendario. Twitter: @cenotexplorer
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